Bosque...

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martes, 1 de mayo de 2018

El maletín (relato breve)


A continuación os dejo un relato breve que escribí el año pasado para el concurso "La ciencia y yo". Reescribiendo la historia... :-P. Como siempre, si no os gusta sois libres de mentir...



El maletín

Llegaron hasta el hangar a buen paso, sin mirar atrás. Juan estaba sorprendido de la energía de aquel frágil hombrecillo que sujetaba con firmeza el maletín, cuyo contenido podría cambiar, de manera radical, la historia de la humanidad. El anciano aflojó el paso en cuanto entró a la nave e inspiró profundamente, rememorando fugazmente lo que había ocurrido durante su tiempo de reclusión.

Isaac Peral
Había sido el último de los caprichos de “El canciller de Hierro”. Cuarenta años atrás, en el año 1895, con Bismarck ya fuera del panorama político, Isaac había recibido aquella misteriosa carta llena de promesas imposibles. A continuación, llegaría el viaje a Berlín para luchar contra su cáncer, la milagrosa curación de aquel tumor letal... y, posteriormente, el fingimiento de su muerte y su incansable labor en el perfeccionamiento de los submarinos alemanes, disfrutando a su manera de aquella prórroga que quién sabe si Dios o el diablo le habían otorgado. Como buen hombre de honor, había mantenido su palabra y puesto a disposición de sus salvadores todo su ingenio y sabiduría. Ellos, a su vez, siempre le habían tratado con respeto y le habían facilitado el acceso a una vida austera pero reconfortante.

Sin embargo, todo había cambiado en los últimos meses. Isaac estaba cansado, hastiado del yugo por el que se veía lastrado ante la férrea mano de aquel imberbe joven de mente brillante y corazón de ceniza, Wernher Von Braun, maldita fuera su estampa y de aquel otro hombre de mirada de odio y bigote ridículo que les visitaba con frecuencia, Adolf Hitler.

Surgían las primeras luces del alba, cuando Juan sacó a Isaac de su ensimismamiento y apremió al anciano para que se acercara al autogiro. Solo disponían de unos minutos antes de que los alemanes se apercibieran de su fuga. El estruendo de las hélices del aparato haría pronto sonar las alarmas. Afortunadamente, una vez en el aire, nada podría detenerlos. Tendió una mano al hombrecillo y le ayudó, no sin dificultad, a subirse al asiento trasero de la aeronave.

Juan de la Cierva y su autogiro
La sorpresa para Juan había sido colosal. Tras la visita de cortesía a aquellas impresionantes instalaciones, el señor de la Cierva se había reunido con Von Braun en aquella planta a las afueras de Colonia, para hablar de negocios y de nuevas ideas que revolucionarían el panorama aéreo. Allí había reconocido, para su sorpresa, el avejentado rostro de su compatriota, el maestro Peral. Poco quedaba ya de aquel personaje que destacaban los libros de historia, pero en su mente seguía brillando la luz del ingenio. Cuando este acudió a él y le contó lo del maletín que acababa de robar y los secretos atroces que escondía, no pudo evitar echarle una mano a su compatriota.


El aparato despegó justo en el momento en el que sonaron las primeras alarmas. Los aletargados soldados empezaron a correr hacia el hangar, gritando “schnell, schnell!” y “halt!”. Juan e Isaac sobrevolaron el hangar y volaron rumbo oeste, hacia Londres. Isaac miraba los campos con una mezcla de horror y pasión.

Cuando aterrizaron, procuraron a Isaac una identidad secreta y custodiaron la información debidamente, o eso creían. Cierto día, en una de sus prácticas, el autogiro de Juan sufrió un terrible accidente que acabó con su vida. Preocupado, Isaac corrió a la oficina postal para enviar un telegrama urgente. A continuación, vació el contenido del maletín sobre las aguas del Támesis, con la idea de dirigirse después a la estación de Victoria para tomar un tren que le llevara hacia el puerto más cercano. Era el momento de regresar. Se apercibió demasiado tarde de aquella sombría figura que emergió a pocos pasos de él, apuntándole con una pistola y exigiéndole el maletín. Isaac se aferró a él con fuerza y se abalanzó sobre el puente con la intención de lanzarse al río, pero se quedó paralizado al sentir como la sangre resbalaba por su sien y la vida se le escapaba.

Hitler se precipitó sobre el maletín y lo abrió con ansia. Tras unos momentos de ira por hallarlo vacío, se aproximó al anciano y le hurgó los bolsillos, hasta encontrar la copia del telegrama. Estaba dirigido a Ignacy Mościcki, presidente de Polonia. Hitler se echó la mano al bolsillo y desplegó un mapa. Lo extendió sobre el suelo y dibujó una gran esvástica sobre todo el continente europeo. A continuación, hizo un círculo sobre la ciudad que, si todo salía bien, le daría la gloria y el poder absoluto. Varsovia.