Bosque...

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jueves, 30 de abril de 2020

La verdadera historia (Relato de abril del #OrigiReto2020)



Aquí os dejo el relato de abril para el #OrigiReto2020, el reto de escritura que llevan Katty (@MUSAJUE) y Stiby (@Stiby2).




La verdadera historia de San Jordi y el dragón.

La cosa se había puesto fea de la hostia en el pueblo. Estábamos acostumbrados a las típicas invasiones de guerreros con sus espadas y hachas y con sus típicos incendios, decapitaciones y violaciones, en definitiva, lo que se podía esperar de este mundo. Sabíamos movernos en ese terreno: te masacraban, te invadían y un año tocaba llevar falda, al siguiente barba hasta la cintura, ser diestro con el hacha, el garrotazo o la mano abierta, ponerse parches en los ojos, lucir dientes de oro… absorbíamos la barbarie de la mejor de las maneras, siempre con la mejor de las sonrisas, si es que aún conservábamos los dientes. Sabíamos que, tarde o temprano, los invasores se marcharían, dejando unos cuantos bastardos y poco más. Éramos un pueblo rudo pero aplicado, unos auténticos profesionales en ser conquistados, en reconstruir aldeas calcinadas, mezclarnos con la tribu invasora y, en definitiva, adaptarnos al medio. De los norteños aprendimos a lanzar el hacha con efecto y a la pata coja. De los francos, que con un poco de ejercicio se puede decapitar con una espada roma y de los celtas, que un arco está muy bien para cazar venados, pero hay que tener temple cuando un tío de dos por dos viene hacia ti gritando y con la cara pintada, dispuesto a calzarte una hostia de la que salgas dos metros volando. Así vivíamos, como tenía que ser, en nuestra bélica armonía. Hasta que llegaron ellos.

Todo había cambiado con la llegada de estos nuevos invasores. Estos conquistadores eran… diferentes.  Al principio pensamos que eran simples comerciantes. Ni nos dimos cuenta de que habíamos sido invadidos hasta que fue demasiado tarde. Llegaron tranquilamente, con sus carromatos y sus barriles de vino. Parecían los típicos mercaderes, rechonchos y con la cara roja de pegarle bien al tinto, aunque eran un poco brasas. Se juntaban todas las tardes en la plaza grande de la aldea y susurraban unos cánticos raros mientras miraban para arriba y bebían y comían cachos de pan. Hablaban de un tal Señor que les había traído la luz y yo imaginaba que habían conocido al marido de la Candela, que se dedicaba a fabricar cirios de los que poníamos en las balsas cuando se nos moría algún viejo. Esa era una costumbre que habíamos adoptado hacía tiempo de los norteños aunque ya nadie recordaba bien si teníamos que  poner en la balsa un cordero, un cadáver, fruta, monedas, una antorcha y velas, así que íbamos probando para no contrariar a los dioses. Cuando teníamos un par de noches de diluvio, matábamos a un par de viejos para poder cumplir con todas las ceremonias y evitar mayores desgracias. Qué queríais que hiciéramos, no sabíamos escribir ni teníamos la Wikipedia, so listillos.

El proceso de invasión tuvo varias fases. La primera de ellas, el cebe. Había sido un año escaso de cosechas y la última horda se había llevado todo nuestro ganado y estábamos un tanto famélicos, hartos de comer sopa de caracoles, así que cuando nos ofrecían pan y bollos de canela a cambio de escucharles un rato, la tentación era demasiado fuerte. El problema es que, cuando les escuchabas, la cadencia hipnótica de sus salmos te taladraba el cerebro y, cuando menos te lo esperabas, acababas cantando el Kumbayá mientras hacías el baile del corro de la patata y acababas mirando para arriba diciendo Aleluya. Bueno, eso la mayoría, porque el Mangas y un servidor aprovechábamos sutilmente esos momentos para agenciarnos unos cuantos odres y unas pastas y huir al campo.

La segunda fase fue la creación del templo. Para entonces ya habían conseguido enredar a más de media aldea con esa absurda idea del monoteísmo (que les perdonen Odín, Júpiter, Tutatis y el dios cojo de siete ojos) y pidieron apoyo para construir un edificio para la oración. El jefe de la aldea pidió voluntarios y el monje supremo eligió a los que le parecían más idóneos para la empresa, dejando que se liberara de sus sogas al resto de voluntarios… ejem. El Mangas y un servidor, el Jordi, éramos un poco tirillas y eso nos ayudó a librarnos, aunque las marcas de las ataduras nos duraron tres días.

La tercera fase fue la de la propinilla. Los monjes llegaron a un acuerdo con el jefe de la aldea para que financiáramos sus charlas, ya que ellos ponían el vino y los cachos de pan. Un tercio de nuestro jornal a mí me parecía desmesurado, pero al parecer a los ojos del Señor nada era suficiente. Yo entendía que fabricar velas costaba lo suyo, así que todos tragábamos con la idea.

La última fase fue la de las normas. De repente, no se podía hacer nada. Lo que antes se reconocía como propio (un saqueo allí, una decapitación allá, un sacrificio de vírgenes acullá) , ahora era pescado. O algo así. Que no se podía hacer, vamos. No se podía follar con el vecino, ni robar bajo los puentes, ni matar sin permiso, ni nada. Para todo había que hablar con el Señor y yo me preguntaba qué narices habría hecho el marido de la Candela para adquirir tanto poder. Un día fui a preguntarle si me podía follar a su mujer y me soltó una hostia, cuando antes siempre había sido ella la que me la había soltado, por flojo. Las cosas no iban bien, nada bien.
Y en esas estábamos cuando llegó el día del dragón. Ese día en la aldea celebrábamos una fiesta pagana (es decir, como los dioses mandan) en la que se rendía tributo al dragón de la montaña a través de las típicas orgías, la fiesta del recorte de barbas con hacha a siete yardas, que siempre acababa con el típico graciosete que acababa decapitando a su colega por haber bebido seis o siete jarras de más y, por supuesto, la ofrenda del carnero al dragón. Para la ofrenda, el jefe de la aldea escogía a una docena de jóvenes (hombres y mujeres) para que llevaran los tres carneros que decía la leyenda que teníamos que llevar a lo alto de la colina de huesos. Cuando llegábamos a lo alto de la misma, generalmente hacíamos una barbacoa y nos poníamos hasta arriba de carne, alcohol y setas. La tradición exigía que nunca volviéramos los doce, pero entre las drogas y el alcohol tampoco teníamos que hacer nada especial, siempre había alguno o alguna que se despeñaba y pasaba a formar parte de la épica resistencia del pueblo frente al dragón. 
Cuando los monjes gordos nos quisieron quitar eso también, comenzó la resistencia.
La resistencia se componía de dos figuras principales: el Mangas y el Jordi. Cada noche nos reuníamos para trazar nuestro plan magistral para recuperar el pueblo y expulsar a los clérigos. Pero al día siguiente no nos acordábamos de nada, solo de que habíamos bebido demasiado. Una noche, en pleno entusiasmo y tras varias jarras de aguamiel, agarramos un carnero y entre mi colega y yo subimos la colina en busca del dragón. 

—Shhh, eh, dragonfff, ssal aquín ahora mifmo, dragonfff, si tienef ¡vvvvaaalor! —exclamé, dirigiéndome a una roca. 
—Nnnna, Jordi, esstá por allí, fen —dijo mi colega. 

Al poco, oí un ruido sordo y me arrastré hasta el borde de la montaña donde unos segundos antes había creído ver a mi amigo. Veinte metros más abajo, escuché los alaridos del carnero, moribundo pero intentando zafarse de los brazos inertes del Mangas.

—MMMierda, ¡hemof perdido el puto carnero!

Y me quedé frito.

Unas horas después, me levanté con un dolor de cabeza muy fuerte y empecé a darme cuenta de lo que había traído consigo la noche. Me asomé al lugar desde donde había caído mi colega y vi a tiempo cómo unos buitres terminaban de roerle. Me alegré al menos de que el dios cojo de siete ojos fuera a recibir los dos de mi amigo, eso siempre era un buen augurio. Cuando me disponía a regresar a la aldea, resignado a convertirme al religionismo, oí un fuerte ruido proveniente del interior de la colina. Me apoyé sobre la piedra para escucharlo mejor y caí hacia adelante al ver que la piedra era tan solo una ilusión. Aquella era la entrada de una enorme gruta. 

Me adentré en ella y mis fosas nasales se llenaron de un intenso olor a azufre. Aquello no presagiaba nada bueno, así que, como buen inconsciente, seguí adelante para ver qué demonios había allí y por qué gimoteaba.

Ante mí se hallaba el dragón más grande que había visto en mi vida. Vale, nunca había visto ninguno porque pensaba que eran criaturas mitológicas, pero aquello era enorme. 

Me presenté ante el dragón y me confesó que se acababa de despertar después de mil años y que tenía hambre. Le pedí disculpas en nombre de la aldea por habernos comido los carneros todo este tiempo y le ofrecí que me acompañara a la aldea, donde había un montón de hombres rechonchos que seguro que le saciarían el apetito.


—¿Y palomitas tenéis? Es decir, ¿campos de maíz?

Le conté la mala suerte con las cosechas y todas las prebendas que nos exigían los monjes y se animó a echarme una mano. Los dragones eran seres como los dioses mandan. Nobles en el respeto por la aniquilación.

Así que, mientras regresaba a la aldea, pude contemplarle extendiendo las alas y sobrevando la aldea, reduciendo el templo a cenizas y devorando todas las sotanas que se encontraba. Vale, también se comió al jefe de la aldea y a tres o cuatro primos míos, pero, oye, ¡aquello era volver a los buenos tiempos!

Cuando regresé a la aldea fui muy celebrado por los que quedaban vivos. Me nombraron nuevo jefe de la aldea y me colmaron a regalos.
La noticia se extendió como el viento y el clero volvió, vaya si volvió, pero esta vez con un ejército de caballeros dispuestos a acabar con el dragón. Al ser el jefe de la aldea y amiguete de la bestia, me dejaron hablar con el señor supremo del capirote y le ofrecí llegar a un trato con el dragón. Había dos cosas que les encantaban a ambos. Zampar y el oro. ¿Qué mejor remedio que construir la iglesia en lo alto de la colina y que el dragón recibiera y custodiara todas sus ofrendas?

El gran señor del capirote estuvo de acuerdo con mi idea y pidió audiencia con el dragón. Les dejé hablando entre ellos mientras podaba las rosas del jardín y al regreso del gran monje me miró con una sonrisa y me dijo que había llegado a un acuerdo satisfactorio para todas las partes. Construirían la iglesia en lo alto de la colina, que él había bautizado como Vaticana en memoria a una tía abuela suya que le hacía galletas, el dragón tendría más comida (infieles) y oro del que hubiera imaginado, tendrían el arma más poderosa con el que jamás se pudiera soñar (aparte del Señor, me comentó, pero yo no creía que el marido de la Candela, a pesar de dar hostias como panes, fuera tan poderoso) y a mí me harían santo.

Esto último me generó una gran satisfacción en principio, pero luego, haciendo balance mientras mi cabeza reposaba sobre la piedra y el verdugo mecía su mandoble romo, pensé que igual igual no me compensaba. Aunque ya era tarde.

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Título: La verdadera historia de San Jordi y el dragón
Extensión: 1890 palabras
Objetivo principal: Escribe una historia centrada en la religión.
Objetivo secundario A: San Jordi
Objetivo secundario B: Dragones
Objeto 1: 7- Una docena
Objeto 2: 24 Un arco


Este relato forma parte del reto de escritura creativa #OrigiReto2020.


Las normas de este reto se pueden consultar en las bitácoras de las organizadoras, @stiby2 y @musajue:

http://plumakatty.blogspot.com/2019/12/origireto-creativo-2020-reto-juego-de.html

o en

lunes, 27 de abril de 2020

Tercer Ranking de Caza Capítulos (capturado hasta el 26-04-2020)


Ranking



Un nuevo ranking y seguimos confinados. Parecería un buen momento para avanzar radicalmente en esto de las lecturas, pero la realidad nos está demostrando que el confinamiento es bastante duro para la mente y no es nada fácil encontrar las ganas para leer.  En cualquier caso, nos vamos adaptando como buenes humanes y ha habido avances remarcables. Muchas gracias por vuestra colaboración. Aquí os dejo la foto: 






Este mes la cosa se ha apretado bastante. 

* La primera posición y por tanto la medalla dorada de chocolate es para Marga y Evans. 
¡¡¡¡Felicidades por ello!!!

* En segunda posición también tenemos un empate, en esta ocasión entre Marien y Ericka. ¡¡¡¡Muy bien, chicas!!!!

* En tercera posición gracias a los empates anteriores, está Kalen. ¡¡Bien por mí!!

* La jefa Katty se coloca en cuarta posición gracias a un gran mes en el que además ha cumplido
años. ¡¡Felicidades!!

* Yarcko se mantiene fuerte en la quinta posición, muy cerca de las medallas.

* Stiby y Kam se hacen fuertes en la sexta posición y amenazan con subir a poco que den un empujón a los relatos, ¡ojo con ellas! Se nota que el Insolente Bingo Violeta está empujando.

* En séptima posición está Thaly, que intuyo que en cuanto actualice se va a quedar muy arriba.

* Cristin también lleva muy buen año y tiene una buena octava posición. 

* A buen ritmo va Carolina, en novena posición. 

* La décima plaza es para Gema, que seguro seguirá progresando en los meses que vienen.

* Erica es undécima muy cerca del top 10.

* Y en la duodécima plaza está Perlas, a quien le mando desde aquí toda la fuerza y buenos deseos.

Este mes seguimos con los mejores tés y chocolates virtuales. ¡Servios y hasta la próxima!

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El reto #CazaCapitulos es un reto de lectura organizado por Katty (@MUSAJUE), con la  colaboración de un servidor, (@kalen76). 

Si quieres saber más sobre el reto, puedes informarte en: 

o aquí mismo en: 

lunes, 20 de abril de 2020

Justicia ciega (microrrelato para el evento de abril del #OrigiReto2020)

Aquí está mi microrrelato para el evento de abril en honor al cumple de la jefa KATTY (@MUSAJUE) del #OrigiReto2020, el reto de escritura creativa creado por Katty y Stiby.




Justicia ciega

Subí la calle y pasé delante del ayuntamiento, camino a la parte vieja. Por fin las cosas iban mejorando. Aurelio Delgado era cosa del pasado. Ahora era Eustaquio López, un amable invidente que paseaba junto a Lex, mi perro guía. Lex me había devuelto la ilusión después del terrible accidente, y su bondad y amor incondicionales me habían transformado en una persona distinta. No estaba siendo tarea fácil, pero se lo debía al karma. La vida no es justa, pero hay que buscar el equilibrio.  
Como Aurelio, había sido un sinvergüenza, un bribón estafador que trabajaba como detective en casos de adulterio y cuyo fin era siempre aprovecharme de la ingenuidad de mis clientes. Sin embargo, el incidente con el marido de la tintorera me había dejado como secuela una ceguera permanente. Cuatro años atrás, el desgraciado había descubierto mis constantes visitas a los bajos de su señora. Consecuentemente,  decidió mezclar diversos productos y echarme en cara, no solo mi intercambio de fluidos con su mujer, sino el ácido que había preparado. Afortunadamente, me retiré antes que me destrozara el rostro, pero no pude evitar que varias gotas salpicaran mis ojos, dejándome ciego de por vida. Desde entonces, había trazado un plan para cambiar mi vida. Intenté ayudar a la gente, pero huían de Aurelio como de la peste. La vida no es justa. Así que me mudé a esta villa segoviana y cambié de identidad. Ahora era Eustaquio, un viudo y ciego que se había retirado al pueblo para sosegar alma y espíritu. Me afanaba por hacer felices a los demás, siempre con la sonrisa puesta.  
Así andaba yo, meditabundo, cuando llegué al puente de los Remedios, bajo el que se mecía, inquieto, el río Duratón. El puente siempre era un lugar de inspiración para mí. Me encantaba detenerme, girar hacia el sol e imaginar el agua turbulenta, la vegetación, los colores... Mi imaginación suplía mis carencias de vista. De pronto, escuché los sollozos de un hombre que se encontraba encaramado en lo alto del puente.

­—¿Qué hace ahí, amigo?
—No se acerque, déjeme acabar con mi vida, quiero morir. Mi vida es una mierda. Saltaré.

Me acerqué despacio hasta un par de metros del suicida y lo primero que me vino a la mente fue intentar ayudarle. Si lo conseguía, el karma estaría en paz conmigo y haría mi vida más agradable.

—Sé que tiene dudas, amigo. La vida es muy valiosa, ¿le puedo ayudar?—le dije, señalándole con mi bastón.

El hombre permaneció unos segundos en silencio. Debía de estar batallando consigo mismo. Finalmente, le oí suspirar y me indicó que sí, se dio la vuelta y aferró mi bastón. Al sentir su agarre, empujé el bastón hacia él con fuerza y lo solté. Le escuché gritar mientras caía al vacío y me alegré de haberle podido ayudar en su propósito.

Ahora bien, también debo decir, por enésima vez, que la vida no es justa. Sólo es más justa que la muerte. Eso es todo.

                                 *****

Este relato forma parte del reto de escritura creativa #OrigiReto2020, en concreto del evento del cumple de Katty.
Tiene 500 palabras si contamos el título.
Las condiciones obligatorias para este evento eran las de Chery, en concreto:

1) Un protagonista con ceguera.
2) Que apareciera un puente.
3) Que apareciera un río.

 También tenía que elegir una de las mías, entre: 

1) Que se incluyan cinco palabras (valen nombres propios) que contengan las cinco vocales.
2) Que se exprese amor puro hacia alguien o algo.

3) Que se incluya alguna frase reconocible de “La Princesa Prometida”.

Y decidí usarlas todas al final. Un gallifante para quien adivine, sin googlear, la frase de "La Princesa Prometida".