Ahora había llegado la hora de la verdad. El jurado se había reunido en la sala de deliberación para ponerse de acuerdo y proponer al juez un veredicto a partir del cual se dictara sentencia. Visto lo visto, pocas dudas quedaban con respecto al resultado.
—Estimados compañeros de jurado. Me llamo Séptimus Bacon y el juez me ha designado como portavoz de este jurado. Ya hemos oído los argumentos a favor y en contra del acusado y se nos han mostrado las evidencias de forma contundente. Ahora nos toca debatir. Intuyo que será rápido. Todos estamos cansados y nos queremos ir a casa. Considero que debemos votar.
—¡Culpable! ¡Culpable! ¡A la hoguera!—clamaban varios cerditos sin disimulo.
—Señoras y señores, calma, por favor. Comprendo su rabia, pero estamos aquí para impartir justicia en función a unos hechos objetivos. Por favor, serenémonos y reflexionemos sobre los datos y pruebas expuestas durante las vistas—intervino Séptimus, usando un tono conciliador—. De todas formas, si lo tenéis tan claro creo que lo mejor es votar. Hagámoslo a mano alzada, si os parece. ¿Quién dice culpable?
Empezaron a verse manos levantadas rápidamente. A esas cinco primeras manos que saltaron como resortes les siguieron algunas más que actuaron dejándose llevar por la mayoría. Tras ver diez de las manos alzadas, Séptimus alzó la suya y miró contemplativo a Foxy, que permanecía sentado impasible, con la mirada fija en su bloc de notas.
—¿Y bien, caballero? ¿Considera usted que es culpable o no culpable? —interpeló Séptimus.
—Hay algo que no encaja —respondió Foxy—. Hemos de reflexionar sobre cada detalle y tomar una decisión una vez descartado todo aquello que pueda enturbiar la verdad. No culpable.
Tras el discurso de Foxy se escucharon varios resoplidos de indignación y alguna amenaza.
—Oh, ¡venga ya!—dijo Flautista—. Es bien sabido que los lobos hacen lo posible por entrar en las casas a comernos y destrozar todo lo que encuentran a su paso. ¡Está claro que es culpable!
—Es cierto —añadió Bermelia—. Además son unos profesionales en el arte del disfraz y no hacen prisioneros. Se encontraron marcas de sangre de seis cabritillos y el séptimo está desaparecido, por lo que seguro que se lo llevó para comérselo más tarde de merienda.
—Su pobre mamá estaba destrozada —comentó Peggy entre sollozos—. Haceos a la idea, encontrar a toda vuestra familia masacrada de esa forma tan cruel… sin dejar ni los huesos, solo sangre por todas partes… horrible, horrible, ¡ay!, horrible…
—Y no ololololvidemos las pruprupruebas. Los rererecibos, el disssfraz. ¡Fue el lololobo! —añadió Porky en un arranque de valentía.
—Demasiado obvio, ¿no creéis? —¿consideráis que el acusado es un ser astuto o estúpido?
—¡Astuto! —replicó Práctico al momento—. ¡A punto estuvo de entrar en mi casa de ladrillo a pesar de su sólida construcción!
—¡Y una amiga me contó que engañó a su abuela y casi se las come a las dos, no es estúpido en absoluto! —añadió Bermelia.
—La cuestión aquí, camaradas, es que creo que nada es lo que parece. Se nos ha mostrado una escena del crimen de manual con un exceso de pruebas pero, ¿acaso se encontró algún cuerpo? Verdaderamente, ¿hay alguna prueba irrefutable? —Foxy se incorporó y encendió su pipa. Echó unas cuantas volutas de humo mientras se paseaba por la habitación mirando cara a cara a cada uno de sus compañeros del jurado.
—¡Eso es absurdo! —comentó Hamm—. No había cuerpos que dejar porque se los comió.
—Abramos la mente —añadió Foxy—. Imaginemos por un momento que se trata de un montaje.
—¿Un montaje? —repitió Pumba— ¿Cómo cuando nos piden repetir una toma porque Timón estaba distraído?
Foxy le ignoró y miró fijamente a Séptimus. Había algo en su mirada que no le cuadraba.
—Imaginad por un momento que todo este juicio es una farsa, un montaje para quitarse de en medio a alguien que resulta molesto por su propia naturaleza, alguien que difícilmente será defendido de manera justa. Imaginad a una madre aleccionando a sus cachorros para que vayan a comprar salsa de tomate, harina, leche, huevos y confeccionando un disfraz con su propia lana. Invitar al lobo a merendar y que justo cuando aparezca por la casa se la encuentre abierta y nada más entrar aparezca la guardia del bosque para arrestarle por asesinato múltiple.
—Bah, demasiada imaginación y meras conjeturas —Séptimus miró al resto del jurado y se levantó—. Creo que es el momento de una segunda votación. Espero que si el resultado sigue siendo el mismo entres en razón y no nos hagas perder más el tiempo. ¿Quién dice que es culpable?
Se levantaron varias manos, pero ya no de forma tan rápida. Aun así, eran diez los que tenían claro el veredicto de culpabilidad. Al parecer, las dudas planteadas por Foxy habían calado en Peggy.
—Esto es ridículo —exclamó Séptimus—. No podéis pensar de verdad en algo tan retorcido. Ya conocéis el principio de Ockham. La explicación más simple es la más probable.
—Disculpe, señor Bacon, pero eso es inexacto. El mismo principio indica que, en ocasiones, la solución más compleja puede ser la correcta. Y para muestra un botón...
Foxy se acercó a Séptimus y puso las dos manos sobre su cuello para a continuación tirar fuerte hacia arriba. Sorprendentemente, se quedó con una máscara en sus manos y tras ella se vio el pequeño rostro de un cabritillo.
—¡Este jurado es una farsa! —adujo Foxy, con una amplia sonrisa en la boca—. Como podéis ver, ¡nuestro vocal no es sino el séptimo cabritillo, el desaparecido que no hacía otra cosa sino esconderse para formar parte junto a sus hermanos de este gran complot hacia el buen lobo!
Se escuchó un “ohhhhh” generalizado ante el descubrimiento.
—¡Y no es el único implicado!
Foxy se acercó a Bermelia y realizó el mismo movimiento que con Séptimus. Tras la máscara de cerdita se hallaba una joven de rostro pálido y mejillas sonrosadas.
—¡La leche! ¡Caperucita! —exclamó Hamm, estupefacto.
—Ante las evidencias mostradas exijo que declaremos no culpable al acusado y realicemos una petición formal al juez para que se investigue lo que realmente ocurrió.
—Por favor, lo confieso, tiene usted razón, señor Foxy, votaremos por su liberación pero no nos haga investigar, nos quedaremos sin nuestra mamá y moriremos de hambre —sollozó Séptimus.
—Está bien —concedió Foxy, henchido de orgullo—. ¿Quién opina que el acusado es no culpable?
Una unanimidad de manos se alzó hacia el cielo, incluyendo las de los pillados Caperucita y Séptimus el cabritillo.
—Solo una pregunta antes de comunicárselo al juez, señor Foxy. ¿Cómo descubrió nuestro plan?
—Elemental, querido Séptimus —dijo Foxy, mientras se quitaba a sí mismo la máscara y mostraba su verdadero rostro de zorro. Me llamo Holmes, Sherlock Holmes y mi vida se basa en resolver estos sencillos puzzles.
Salieron de la sala tras informar al alguacil de que ya tenían el veredicto y Séptimus informó al juez del mismo.
El acusado apenas si se lo podía creer cuando vio que lo declaraban inocente. La mamá cabra se quedó en shock. Volvió a casa muy afligida y al regresar vio que Séptimus ya la esperaba.
—Hola, madre. Siento que el plan saliera mal. Ese maldito detective…
—No te preocupes cielo, teníamos que intentarlo. No podemos vivir con miedo cada día.
—Lo cierto es que vivís con miedo porque nunca le habéis dado una oportunidad. Siempre le habéis prejuzgado por quién se supone que ha de ser y nunca os habéis preocupado de qué criatura hay detrás de esos prejuicios.
—¿De qué hablas, hijo?
—En el tiempo que me pasaba llorando encerrado en el armario por mis hermanos sin que tú hicieras nada, pude meditar sobre varias cuestiones. Y un día, mientras estabas de compras, me escabullí de mis hermanos y me adentré en el bosque de las hadas para buscar al lobo. Estaba seguro de que no era como vosotros decíais. ¡No era ningún monstruo! Allí lo encontré, tumbado en la ladera olfateando la hierba y las flores y contemplando en paz el arcoíris que se había formado tras la lluvia ligera que nos habían regalado las hadas que jugueteaban a su alrededor. Me presenté ante él con cierto miedo a que me comiera, lo reconozco, pero no mostró ninguna intención. Me contó que echaba de menos a su manada y que se sentía muy solo y rechazado. De esa manera, al tener tanto en común, terminamos forjando una gran amistad. De eso hace ya muchas lunas. Por ello, cuando trazaste el plan junto a mis hermanos para acusar al lobo de sus muertes, lo primero que hicimos fue trazar un plan alternativo que diera la vuelta a la tortilla. Contratamos a un actor para que hiciera de abogado torpe y le hablara al señor Holmes del caso y de sus sospechas de que había gato encerrado pero que no tenía capacidad para resolverlo. El ego de Holmes haría el resto, pensábamos. Y efectivamente así fue. Se infiltró en el jurado e hizo que todo el jurado cambiara de opinión. Bueno, la verdad es que le dimos un empujoncito Cape y yo. Sí, mamá, el lobo tiene más amigos aparte de mí. Protegió a Caperucita de los ataques de un salvaje leñador poniendo en riesgo su vida, aunque poco pudo hacer por su abuela y ahora tiene su gratitud infinita. Es un gran tipo y nuestra amistad va más allá de lo que puedas imaginar. Lo que ocurre es que la historia siempre la cuentan los poderosos… pero ahora ya está todo en orden y la historia que tú contaste de manera tan desgarradora se estará tornando cierta en estos momentos. Es lo menos que le debía.
—Hijo, ¡qué has hecho! ¿dónde están tus hermanos?
—De barbacoa con mis amigos… aunque me aventuraría a decir que no la van a disfrutar, precisamente. Adiós madre. Ojalá me hubieras tratado como a un hijo más y no como al que sobraba. Me voy con mi verdadera familia.
FIN
Bullying, Violencia, Muertes, Sangre.
Título: Doce cerditos sin piedad
Extensión: 1969 palabras
Objetivo principal: Cuenta una historia de amistad infinita
Objetivo secundario A: El lobo y los siete cabritillos.
Objetivo secundario B: Hadas
Objeto 1: Arcoíris
Objeto 2: Flores
Este relato forma parte del reto de escritura creativa #OrigiReto2020.
Las normas de este reto se pueden consultar en las bitácoras de las organizadoras, @MUSAJUE Y @stiby2.