Termina el año y aquí os dejo el relato de diciembre del #OrigiReto2020, el reto de escritura de @MUSAJUE y @Stiby2. Este año ha sido un poco particular y no he podido completar el reto de escritura, pero dejo este último relato como premisa de lo que viene en 2021, con más relatos y energías renovadas.
Unicorco
Érase una vez un mundo mágico donde reinaban la Paz y la Armonía. Era un mundo hermoso donde cohabitaban en paz todo tipo de criaturas, donde abundaban los bosques con pequeños arroyuelos y brillantes cielos anaranjados y púrpuras llenaban el paisaje de una luz mágica, contrastando con las escarpadas pero impresionantes montañas nevadas en una maravillosa sinfonía de colores. Sin embargo, no todo era perfecto en aquel lugar lleno de vida y fantasía. Y es que Paz y Armonía no eran conceptos, sino los nombres de pila de dos pérfidas mellizas brujas cuyos padres habían tenido un cáustico sentido del humor. Las hermanas llevaban una doble vida muy trabajada. De cara a sus súbditos del reino, eran dos hermosas hadas que residían en el majestuoso castillo de Dadlam, desde el que gobernaban con magnanimidad, preocupándose de que el reino prosperara. Por otro lado, ejercían de brujas en las mazmorras del castillo, ensayando terribles experimentos con las incautas criaturas que inocentemente caían en sus manos. De uno de esos experimentos nació el bueno de Unicorco.
Unicorco era una criatura mágica, parte orco, parte humano, con alitas de hada y cuerno de unicornio. Dicho cuerno, aparte de servirle para golpearse con cada puerta y abrir las latas de judías, tenía propiedades mágicas, aunque desconocía la existencia de tales poderes al tener las mazmorras de residencia. Paz y Armonía le mantenían apartado de la sociedad, si bien era la creación de la que se sentían más orgullosas, quizá por el hecho de que siguiera vivo tras quince años de loca experimentación. Las brujas le habían dado todo tipo de pociones para modificar su forma original. Unicorco no recordaba nada de su pasado, solo destellos fugaces de una cueva, unas palabras, “barrio sésamo” o algo así y una alfombra voladora, pero no sabía si aquello era fruto de su imaginación o del pasado. Había crecido solo y sin afecto, aunque era una criatura afable. Celebraba los días en los que cazaba una rata y la calentaba con su cuerno y disfrutaba de la soledad de las mazmorras con la mejor actitud. Después de todo, estaba agradecido a sus madres por haberle cuidado y mantenido con vida todo ese tiempo.
El plan de Paz y Armonía era tan brillante como retorcido. Opinaban que para conseguir el caos más absoluto, lo mejor era partir de lo opuesto, de forma que el terror calara mejor en sus víctimas. Si vives en la miseria, que tu vida pase de ser mísera a un infierno es un paso imperceptible. Sin embargo, si tu vida está llena de luz, alegría y fantasía y de la noche a la mañana llegan la oscuridad y la destrucción, el sufrimiento es mucho más intenso, insoportable. Por ello, habían dedicado décadas de sus casi inmortales vidas a crear un mundo hermoso, por muy repulsivo que les pareciera tanta pureza. Unicorco sería la semilla de la discordia perfecta. Una criatura poderosa, solitaria y resentida que no encajaría en la sociedad y desataría la oscuridad para siempre. Con un pequeño empujón por su parte, pues ya se habían dado cuenta de que le faltaba mala uva y estaban cansadas de esperar. Sabían que había desarrollado su potencial. Según la profecía, a los dieciocho la criatura que era todas las criaturas desataría el caos y provocaría la noche eterna.
En honor a la verdad, dicha profecía la habían escrito ellas años atrás, tras pimplarse dos botellitas de anís, entusiasmadas por el injerto del cuerno mágico de Unicorco. No obstante, se trataba de una profecía oficial, lacrada con sello del colegio de profetas y oráculos de Aritnem. Las brujas conservaban las tasas para mostrarlas a cualquier incrédulo, antes de encerrarle en las mazmorras por partes…
El mundo era ajeno a la profecía de la eterna oscuridad. Las noches eran para el ulular de los búhos y para los lobos veganos que bailaban con las ovejas bajo la luna. Los trolls jugaban a la petanca con los Orcos. Sí, el mundo daba asquito.
Hasta que llegó el día del cumpleaños de Unicorco. Las brujas bajaron a verle con sus mejores verrugas postizas y le entregaron un saco con un lazo. Lo abrió con entusiasmo, pues nunca le habían regalado nada y aquello le lleno de emoción y a la vez de pesar por lo que significaba. En el saco había ropa vieja, la última edición ilustrada del libro de profecías de las brujas, una afilada espada y la llave de la celda. Probó la espada para quitarse los callos de los pies y sonrió satisfecho y agradecido. Luego miró la llave y a sus madres y las envolvió en un abrazo envuelto en lágrimas. Paz y Armonía retrocedieron sabiamente, pues sabían que las lágrimas de Unicorco eran corrosivas. Le dieron unos últimos consejos y unas ratas para el camino y le despidieron agitando sus pañuelos llenos de mocos.
Unicorco, además de extraordinario, era una criatura muy obediente. Así pues, se alejó del castillo echando lágrimas que dejaron un buen surco en el puente levadizo. Se adentró en la espesura, pero al rato le entró hambre y se sentó a comer su sándwich de rata mientras se empapaba de las profecías que habían escrito sus madres, ¿quién era él para llevarle la contraria al destino? Mientras se alimentaba, comprobó que varias criaturas le observaban con curiosidad. Se quitó carne de los dientes con su espada y a continuación lanzó ésta hacia un árbol, con la suerte de ensartar a una liebre. Se levantó y la guardó en el zurrón para la cena. Aquel mundo estaba lleno de posibilidades.
Su gesto no pasó desapercibido al resto de seres del bosque, que huyeron despavoridos. Unicorco comprendió entonces que aquel mundo iba a ser muy duro y cruel para él y no cesó de llorar hasta que salió del bosque y se encontró con un camino que conducía al pueblo. Allí tenía la primera misión. Debía reducir la aldea a cenizas y esclavizar o aniquilar a los humanos. Echó una última mirada al corazón del bosque que dejaba atrás, pero sorprendentemente ya no estaba… en su lugar, un río de ácido dividía al bosque en dos mitades y parecía como si los árboles que lindaban con el río intentaran moverse desesperados lejos del alcance de las lágrimas de nuestro amigo.
Paz y Armonía estarían orgullosas de él.
Cuando llegó a la villa, los apacibles humanos le saludaron amistosamente y le invitaron a la posada para que bebiera, reposara y, por amor de dios y urgentemente, se diera un buen baño antes de que se desmayaran. Unicorco declinó la oferta, aclarando que estaba allí para someterles por la fuerza y quemar sus casas. Los humanos, confundidos, le explicaron que aquello no estaba bien, pero él les enseñó el libro de la profecía para que vieran que aquello era lo que se suponía que debía de ocurrir. Se generó una breve discusión a raíz de que unos granjeros empuñaran azadas y rastrillos, pero todo terminó como indicaba la profecía. Con la aldea calcinada, muchos cadáveres y esclavos y al menos un par de personas libres para poder extender la noticia al resto de villas.
La oscuridad avanzaba según Unicorco recorría más y más aldeas. Los pacíficos seres de la comarca comenzaron a sentir ira y rencor hacia aquella injusticia y enviaron varias comitivas al castillo de Dadlam para solicitar el amparo de Paz y Armonía, pero se lo encontraron con un cartel a la entrada que indicaba “Cerrado por Apocalipsis, volvemos en 30 días”.
La situación dio pie a que entre las propias criaturas empezara a haber diferencias que antes nunca habían existido. Los orcos y los trolls se unieron con regocijo al saqueo de Unicorco, recuperando su instinto y naturaleza.
Las hadas, por su parte, emprendieron un largo camino en busca de su última esperanza, la única criatura capaz de detener a Unicorco según las profecías alternativas de la buena hada Felisa. En realidad, Felisa no era ni hada ni profeta, era una campesina que había escapado milagrosamente del castillo de las brujas tras haberles servido varios años como esclava, lo que le había permitido recabar información indispensable. Al regresar a su villa y ver que no quedaba nada de ella, se había cosido unas alas de tela y había creado su versión alternativa de la profecía, una en la que cabía la esperanza. Felisa siempre había pensado que el futuro no estaba escrito, sino que lo teníamos que escribir nosotros y así había hecho ella. Claro que ahora sí estaba escrito y aquello resultaba paradójico, pero era su única oportunidad y siempre había sido una superviviente. Cuando crees que algo va a pasar inexorablemente, generalmente termina pasando, sobre todo si es algo malo.
Las hadas no tardaron mucho en encontrar al dragón. Sabían que había un campo de maíz cerca de las montañas de Eressar y que Polenis no se podría resistir a convertir aquel campo en un mar de palomitas. Convencerle de que intercediera con Unicorco les costó los mapas del mayor tesoro conocido, el lugar donde se hallaba el sagrado Banana Split. Pero esa gran historia será narrada en otra ocasión. La suculenta oferta convenció al gran dragón rojo, que accedió a reunirse con Unicorco.
Tres semanas después (la siesta de los dragones es sagrada) Polenis volaba agitando sus alas con fuerza para compensar la ley de la gravedad que provocaba su tremenda panza, llena de aquellos tréboles blancos que le sabían a gloria. Siguió el rastro de aldeas calcinadas hasta que encontró a Unicorco preparando su comida junto a una cabaña en llamas, churruscando bien la carne de liebre ensartada en su espada.
—Hola amigo, eres Unicorco, ¿verdad?— dijo Polenis, encantado de su perspicacia.
—Disculpa dragón, pero hoy todavía me quedan tres poblados por calcinar. Faltan dos noches para la luna negra y según la profecía y aún me queda arrasar dieciséis poblados antes de proclamar la noche eterna
—¿Y por qué quieres la noche eterna?
—Es mi destino, lo pone aquí—indicó Unicorco, señalando el libro de las brujas.
—Mmmmm, si de verdad el destino está escrito, ¿por qué te tomas tantas molestias en que se haga realidad? Es decir, si va a ocurrir igualmente, hagas lo que hagas ocurrirá, y si no haces nada y no ocurre, entonces resultará que la profecía que se ha ido cumpliendo se cumplía porque tú leías lo que tenía que pasar.
—No, no, esta es una profecía oficial, mira, está sellada. Me la entregaron mis madres al cumplir los dieciocho años.
—Entonces tus madres te entregan una profecía en la que tienes que hacer un genocidio una vez que se te considera adulto responsable de tus actos y ellas no tienen responsabilidad civil subsidiaria sobre ti, ¿no te da que pensar? Además, mira, aquí tengo una profecía oficial también sellada que dice que un dragón te encontrará y os haréis amigos al instante y serás de gran ayuda en su búsqueda del gran Banana Split, con una ligera derivación alternativa que indica que de no ser así acabarás calcinado tal día como hoy.
Unicorco contempló el libro del dragón y lo leyó con atención. Su mente se llenó de un mar de dudas, pero la visualización del Banana Split activó algo antiguo en su interior. Entonces recordó quién era y todo lo que las brujas habían hecho con él.
Lamentablemente, mientras lo leía, Polenis vio que estaba rodeado de olivos y le entraron unas ganas terribles de estornudar. No queréis saber lo que ocurre cuando un dragón rojo estornuda… solo diré que fue el final de los dos libros de profecías, que acabaron calcinados junto a los ropajes del pobre Unicorco y que a partir de entonces el destino se escribió solo...
Fin…
No, no, que fin ni qué leches, cómo va a acabar así Unicorco.
Ah, eso… a ver, pues resulta que los ropajes acabaron calcinados, pero Unicorco, como criatura mágica reciclada, tenía también algo de dragón, por lo que su piel era ignífuga.
—Anda, busquemos algo de ropa para ti.
—Necesitaré unas tijeras… para las alitas, ya sabes…
Y vivieron innumerables aventuras juntos, en pos del helado sagrado.
FIN
Título: Unicorco
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