A continuación os dejo un relato breve que escribí el año pasado para el concurso "La ciencia y yo". Reescribiendo la historia... :-P. Como siempre, si no os gusta sois libres de mentir...
El maletín
Llegaron hasta el hangar a buen paso, sin mirar atrás. Juan estaba sorprendido
de la energía de aquel frágil hombrecillo que sujetaba con firmeza el maletín, cuyo
contenido podría cambiar, de manera radical, la historia de la humanidad. El anciano
aflojó el paso en cuanto entró a la nave e inspiró profundamente, rememorando
fugazmente lo que había ocurrido durante su tiempo de reclusión.
Isaac Peral |
Había sido el último de los caprichos de “El canciller de Hierro”. Cuarenta años
atrás, en el año 1895, con Bismarck ya fuera del panorama político, Isaac había recibido
aquella misteriosa carta llena de promesas imposibles. A continuación, llegaría el viaje
a Berlín para luchar contra su cáncer, la milagrosa curación de aquel tumor letal... y,
posteriormente, el fingimiento de su muerte y su incansable labor en el
perfeccionamiento de los submarinos alemanes, disfrutando a su manera de aquella
prórroga que quién sabe si Dios o el diablo le habían otorgado. Como buen hombre de
honor, había mantenido su palabra y puesto a disposición de sus salvadores todo su
ingenio y sabiduría. Ellos, a su vez, siempre le habían tratado con respeto y le habían
facilitado el acceso a una vida austera pero reconfortante.
Sin embargo, todo había cambiado en los últimos meses. Isaac estaba cansado,
hastiado del yugo por el que se veía lastrado ante la férrea mano de aquel imberbe joven
de mente brillante y corazón de ceniza, Wernher Von Braun, maldita fuera su estampa
y de aquel otro hombre de mirada de odio y bigote ridículo que les visitaba con
frecuencia, Adolf Hitler.
Surgían las primeras luces del alba, cuando Juan sacó a Isaac de su
ensimismamiento y apremió al anciano para que se acercara al autogiro. Solo disponían
de unos minutos antes de que los alemanes se apercibieran de su fuga. El estruendo
de las hélices del aparato haría pronto sonar las alarmas. Afortunadamente, una vez en
el aire, nada podría detenerlos. Tendió una mano al hombrecillo y le ayudó, no sin
dificultad, a subirse al asiento trasero de la aeronave.
Juan de la Cierva y su autogiro |
La sorpresa para Juan había sido colosal. Tras la visita de cortesía a aquellas
impresionantes instalaciones, el señor de la Cierva se había reunido con Von Braun en
aquella planta a las afueras de Colonia, para hablar de negocios y de nuevas ideas que
revolucionarían el panorama aéreo. Allí había reconocido, para su sorpresa, el
avejentado rostro de su compatriota, el maestro Peral. Poco quedaba ya de aquel
personaje que destacaban los libros de historia, pero en su mente seguía brillando la
luz del ingenio. Cuando este acudió a él y le contó lo del maletín que acababa de robar
y los secretos atroces que escondía, no pudo evitar echarle una mano a su compatriota.
El aparato despegó justo en el momento en el que sonaron las primeras alarmas. Los aletargados soldados empezaron a correr hacia el hangar, gritando “schnell, schnell!” y “halt!”. Juan e Isaac sobrevolaron el hangar y volaron rumbo oeste, hacia Londres. Isaac miraba los campos con una mezcla de horror y pasión.
Cuando aterrizaron, procuraron a Isaac una identidad secreta y custodiaron la
información debidamente, o eso creían. Cierto día, en una de sus prácticas, el autogiro
de Juan sufrió un terrible accidente que acabó con su vida. Preocupado, Isaac corrió a
la oficina postal para enviar un telegrama urgente. A continuación, vació el contenido
del maletín sobre las aguas del Támesis, con la idea de dirigirse después a la estación
de Victoria para tomar un tren que le llevara hacia el puerto más cercano. Era el
momento de regresar. Se apercibió demasiado tarde de aquella sombría figura que
emergió a pocos pasos de él, apuntándole con una pistola y exigiéndole el maletín. Isaac
se aferró a él con fuerza y se abalanzó sobre el puente con la intención de lanzarse al
río, pero se quedó paralizado al sentir como la sangre resbalaba por su sien y la vida se
le escapaba.
Hitler se precipitó sobre el maletín y lo abrió con ansia. Tras unos momentos de
ira por hallarlo vacío, se aproximó al anciano y le hurgó los bolsillos, hasta encontrar la
copia del telegrama. Estaba dirigido a Ignacy Mościcki, presidente de Polonia. Hitler se echó la mano al bolsillo y desplegó un mapa. Lo extendió sobre el suelo y dibujó una gran esvástica sobre todo el continente europeo. A continuación, hizo un círculo sobre la ciudad que, si todo salía bien, le daría la gloria y el poder absoluto. Varsovia.
Con más miedo que vergüenza (y vergüenza me da um rato) me quiero poner en contacto contigo...primo....
ResponderEliminarPues cuando quieras... anónimo primo... si no me localizas por vías convencionales, puedes escribirme a cuentocontuscuentos@gmail.com y me resuelves el misterio. Prometo no incinerarte...
ResponderEliminar