Bosque...

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domingo, 26 de mayo de 2019

El niño que soñaba con la luna (relato corto)

Para que no digáis que solo subo cosas del Origireto2019, aquí os dejo un breve relato que escribí para participar en un concurso de relato breve del Museo de la Ciencia de Valladolid. La temática era la luna, ya que se cumplen 50 años desde que el hombre la visitó. Está inspirado en cierto personaje que no os costará identificar. Como siempre, sois libres de comentar si gustáis.


El niño que soñaba con la luna


De pequeños soñamos cosas que, con el tiempo, se tornan imposibles. Anhelamos viajar en el tiempo, conquistar mundos más allá de lo conocido, convertirnos en reyes o estrellas del deporte, replicar a esos seres aparentemente inalcanzables que tanto veneramos… Es muy bonito no perder esos sueños, poner todo nuestro empeño en hacerlos nuestros y perseguirlos, porque no es tanto el final lo que nos marca como el camino. El camino hacia nuestros sueños nos lleva por una senda de esfuerzo y felicidad que siempre nos compensa, porque es la ruta que nosotros elegimos. Ese es mi caso. De pequeño tuve un sueño y lo di todo por cumplirlo. Lo llegué a acariciar, estuve muy cerca, pero no lo logré. Pero en el camino encontré un propósito y un significado que le dieron y le siguen dando la luz a mi vida. Aunque sea consciente de que ya nunca pisaré la luna.
Dejadme que os ponga en antecedentes. Han pasado cincuenta años ya desde aquel momento, pero todavía lo recuerdo con mucha emoción. La familia al completo alrededor del televisor, el olor a guiso de mi abuela, los nervios de mi padre, yo jugando con el avión de juguete de Aviaco que él me había regalado, moviéndolo como si fuera un cohete… y de repente el shhh de mi padre para que nos calláramos y el silencio de todos. Solo se escuchaban los aullidos de la televisión. Las primeras imágenes, por supuesto en blanco y negro, comenzaron a llegar. Escuchábamos con atención la voz emocionada de Jesús Hermida retransmitiendo el evento. Apenas si se podía adivinar lo que estaba pasando por la lamentable calidad de la imagen. Pero para mí resultaba mágico. Aquello me recordaba a los cuentos de extraterrestres y ovnis que me contaba mi padre por las noches para convencerme de que me durmiera. Mi padre, haciéndose el experto, nos iba comentando la jugada con aparentes datos técnicos. Aunque su profesión era la de controlador aéreo, acabaría descubriendo con el tiempo que de aeronáutica espacial sabía poco o nada. El momento álgido de la velada llegó cuando Armstrong puso el pie sobre la luna. Sabíamos que estábamos viviendo algo histórico. No recuerdo haber oído la célebre frase de boca de Armstrong, no sé si se perdería en la traducción o si estaba tan ensimismado en aquellos enormes trajes blancos sobre la roca lunar que no era capaz de escuchar lo que pudieran decir.
De aquella escena surgió mi pasión por la luna y el espacio. Una noche, tras contarme mi padre el cuento del marcianito Ratoncito que se comió de la luna todo el quesito, le confesé mi mayor sueño.
—Papá, de mayor iré a la luna y me verás en la tele colocar nuestra bandera.
—Pedrito —me decía—, ¿tú sabes lo difícil que es eso?
Papá me explicó que allí solo iban los más aptos y que si quería ir allí tenía que estudiar mucho y portarme muy bien. Aquella declaración de intenciones no se quedó, ni mucho menos, en un sueño pasajero de un niño de seis años. Para su sorpresa, imagino, le tomé la palabra. Me convertí en un estudiante ejemplar y no flaqueé ni en el colegio, ni en el instituto y mucho menos en la universidad. Me licencié en aeronáutica con una nota de diez y comencé mi andadura para convertirme en mi sueño, ser cosmonauta.
Tras realizar mis primeros pinitos, trabajé para la Agencia Espacial Europea y conseguí dar el primer paso hacia mi sueño lunar, viajar al espacio. Fui el primer astronauta español en conseguirlo, tras muchos años de esfuerzo físico y mental. Allí arriba, trabajámos duro en nuestros experimentos más horas de las razonables, pero teníamos nuestros momentos de disfrute y os puedo asegurar que la sensación resultaba incomparable.
Desafortunadamente para mi Pedrito interior, la carrera lunar hacía mucho tiempo que se había enfriado y, aunque repetí expedición al espacio, nunca tuve la oportunidad de pisarla.
Quizá yo no conseguí mi sueño directamente, pero no lo deseché, lo transformé. Ahora me dedico a buscar la manera de que todos los Pedritos del país realicen su sueño sin necesidad de tener que emigrar o renuncien por falta de recursos. Cada día me levanto feliz y, cada veinticuatro de julio, quedo con mis tres hijos y mi mujer y nos sentamos alrededor de la televisión para ver la epopeya de Aldrin, Armstrong y Collins, mientras les doy datos técnicos, ahora sí, bien fundamentados, o eso creen ellos…

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