Bosque...

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martes, 10 de mayo de 2011

Bonito día para cenar... una historia corta.

Aquí os dejo la primera historia corta "presentable" después de mucho tiempo (hay otra anterior pero está pendiente de revisión aún). El título está tomado de una idea para una historia que tuve hace años pero que no terminé de realizar. Espero que os guste y si no es así, que sepais mentir como dios manda...






Bonito Día para Cenar


Era su tercera cita en dos semanas. A pesar de que su mente se afanaba por controlar y ocultar sus excesos de entusiasmo, Marisa era consciente de que su cuerpo no paraba de emitir señales. Eso le hacía sentirse vulnerable, demasiado transparente y, por qué no decirlo, un poco excitada. Al rememorar las anteriores citas, Marisa no podía sino sentirse una mujer afortunada.

El día que finalmente se atrevieron a conocerse, tras meses compartiendo madrugadas separados apenas por una fina pantalla y unas decenas de kilómetros, se citaron en  el madrileño parque del Retiro. Fue una mañana perfecta. Se citaron junto a la estatua del ángel caído, en homenaje a la primera y extraña conversación que mantuvieron en aquel canal para mayores de treinta. En cuanto llegó, se reconocieron al instante. Marisa contempló a Jaime y sintió un leve estremecimiento por el cuerpo. Inmediatamente se sonrojó, pero, antes de que pudiera pronunciar su torpe y nervioso saludo, Jaime se acercó a ella y con una interminable sonrisa y una insultante confianza rompió el hielo con un contundente “Qué bonito día Marisa, por fin nos conocemos, por cierto, tu foto no te hace justicia, ciertamente”. Se sintió hipnotizada por aquel tono de voz tan modulado, sensual, seguro y natural. El efecto de las palabras de Jaime no tardó en hacerse notar y antes de que se dieran cuenta, la conversación fluía como un arroyo en primavera. En primer lugar, Jaime la llevó hasta el embarcadero y allí alquilaron un bote. Marisa no se sintió sorprendida de la sencillez con la que desenvolvía Jaime con los remos, puesto que conocía la pasión que éste tenía por las barcas. En alguna ocasión habían hablado de su sueño compartido de dar la vuelta al mundo en un velero, sin un destino prefijado, solo ellos, el mar y el viento. Mientras la barca se mecía por las tranquilas aguas del estanque del Retiro, Jaime, divertido, se puso a tararear una de las canciones que le cantaba su abuela de pequeño:

Al pasar la barca
me dijo el barquero:
Las niñas bonitas
no pagan dinero.

Marisa, sonriendo, no pudo evitar continuar…

Yo no soy bonita
ni lo quiero ser.
Al pasar la barca
le dije otra vez.

Jaime le guiñó un ojo y contempló a Marisa para a continuación indicarle… “¡pues he pagado yo!”. Los dos se echaron a reír a mandíbula batiente y volvieron al muelle para dejar la barca. Pasaron el resto de la mañana tumbados sobre la hierba fresca, charlando sobre esto y aquello, hablando y escuchando con entusiasmo y devoción, hasta que  se hizo tarde y él hubo de marcharse a trabajar. Con un tierno abrazo y un ligero e inocente beso en la mejilla, se despidieron y quedaron para el jueves siguiente.

La segunda cita fue la que convenció a Jaime de que Marisa merecía ser, sin ningún género de dudas, una de sus especiales. Compartían un hobby deportivo, el tenis, y decidieron ponerse a prueba. El día sin embargo no acompañó en esta ocasión y se presentó oscuro y amenazante, pero eso no amedrentó a ninguno de los dos y disfrutaron de un intenso partido. Jaime se consideraba un tenista solvente, pero se sorprendió de la energía y precisión de Marisa en cada golpe. Resistió unos juegos pero finalmente tuvo que hincar la rodilla y reconocer su derrota ante aquella mujer de aspecto frágil y delicado pero de espíritu indomable. Justo antes de terminar comenzó a llover y acabaron el encuentro empapados pero sonrientes. Al terminar el partido ella exigió su recompensa, él debía invitarla a cenar. Convencido de que Marisa era una de las elegidas, Jaime le habló acerca de sus excelencias culinarias y esto, junto con su interminable sonrisa y un par de bromas, terminó acabando con las reticencias de Marisa a la hora de adentrarse en terreno desconocido y de noche. Aplazaron la cena para el día siguiente y se despidieron con un suave y lento beso en los labios.

Marisa dejó su coche en un parking, a unas manzanas de la casa de Jaime. En aquel barrio las casas eran hermosas pero no era sencillo aparcar y no tenía mucha paciencia para esas cuestiones. El día apuraba sus últimos rayos de sol mientras se acercaba a la puerta exterior de la vivienda. Bonito día para cenar, pensó Marisa... Atisbaba ya cercana la casa de su anfitrión, un bonito y lujoso chalet de una planta. Allí le esperaba Jaime, que le saludaba con el mandil puesto y su guante de cocina enfundado. Se dejó llevar de nuevo por esos inmensos ojos azules y se fundió en un cálido abrazo, interrumpido por el sonido de un reloj de cocina. “Creo que la lasaña está lista”, comentó Jaime mientras entraba en la casa y acudía presto a la cocina.

Marisa contempló el recibidor y sintió como aquel hogar le daba una bienvenida apropiada. Se sentía agradecida al destino por la maravillosa velada que se le ofrecía por delante. Jaime salió de la cocina con una copa en cada mano. Ya no llevaba el mandil ni el guante de cocina y lucía tan elegante y espléndido como siempre. Le acompañó al salón y observó que la mesa se hallaba perfectamente preparada para una romántica velada. La noche había caído ya y la única luz que alumbraba la sala era la de las pequeñas velas cuyas llamas parecían danzar al compás.

La cena transcurrió entre risas y confesiones y el vino corrió en abundancia. Aunque Marisa era buena bebedora, hacia el final de la cena se sentía un poco mareada, así que, un poco avergonzada, se excusó unos minutos y se dirigió al aseo. Jaime aprovechó la coyuntura para revisar sus juguetes y comprobar con detalle la habitación que tenía destinada para la lenta muerte de su invitada especial...

Como en las anteriores ocasiones, había planeado con todo detalle cada minuto de la velada... la suculenta cena, la música de fondo, una conversación interesante que fuera derivando de manera natural hacia algo más íntimo y por último, su toque genuino en la copa de vino, una dosis de rohypnol suficiente para someter a aquella maravillosa mujer.

Un par de minutos después, Marisa salió del baño un poco tambaleante, se excusó ante Jaime por su comportamiento y se dirigió hacia el sofá. Jaime llegó a ella justo antes de que se desplomara, la tomó en brazos, y llevó a aquel ángel durmiente a su templo particular. Allí la devoró con la mirada y fue recorriendo su cuerpo con sus manos, sintiendo los lentos latidos del corazón de ella y deleitándose de ese cuerpo tibio y delicioso que tenía en su poder. Le quitó el vestido y se excitó al contemplar la deliciosa lencería que portaba. Sin duda las expectativas de ella para aquella noche habían sido algo diferentes... acercó la lengua hacia los pequeños y firmes pechos de ella y en ese momento le sobrevino la rabia, la frustración por saberse incapaz de cumplir las necesidades de su cuerpo... la dejó por unos segundos y se acercó a la mesa donde tenía sus herramientas. Tomó su cuchillo favorito y se acercó a ella, sosegado y calmado, sediento, sí, pero ahora de sangre, algo con lo que podía lidiar, algo que le colmaba... Acercó su cuerpo al de Marisa y ladeó la cabeza para susurrarle al oído sus palabras favoritas... "Muere, puta". Sin embargo, justo antes de terminar de pronunciar estas palabras, sintió un leve aguijonazo en la pierna y, sorprendido, apenas tuvo tiempo de ver la jeringuilla que tenía clavada y contemplar, con horror, como su cuerpo dejaba de responderle ante el paralizante muscular.

Marisa se quitó de encima, no sin esfuerzo, el cuerpo inmóvil de Jaime y lo contempló con malicia. Esos inmensos ojos azules habían abandonado esa actitud segura que mostraban siempre y solo mostraban terror y confusión. Pensó en lo que había arriesgado en esta ocasión y se sintió satisfecha de sí misma. Notaba como la adrenalina producida por la situación recorría su cuerpo. Tal y como ella pensaba el flumazenilo que se había inyectado en el baño  había tenido el efecto deseado. Aunque si Jaime hubiera sido más generoso con el Rohypnol, hubiera estado completamente en sus manos...

Se sentía como pez en el agua en aquella casa de muerte. Nada más entrar, había percibido la sangre que había brotado entre aquellas paredes... puedes llamarlo intuición de asesina, olfato... Había contado mentalmente, una, dos, tres, siete mujeres distintas, una en la cocina, dos en el baño, el resto en esa habitación que meticulosamente había preparado Jaime... un perfeccionista pero demasiado confiado...  bien, parece ser que no habría una octava... ella cerraría el círculo con la sangre de él...

Le tendió boca arriba y se sentó a horcajadas sobre él, con el cuchillo favorito de Jaime en sus manos... le sonrió y le fue quitando prendas hasta dejarlo en ropa interior. Curioseo divertida tras los calzoncillos y burlona le dijo "Qué desperdicio de Calvin Klein". Marisa hubiera deseado ser poseída antes de tener que eliminarlo, pero parece que eso no entraba en los planes de él. En fin, la noche era muy larga y ya llegaba tarde a su cita con Ángel...

Acercó el cuchillo al cuello y fue deslizando lentamente la afilada punta, dejando que se desgranara la sangre mientras le cantaba con su dulce voz...

Al pasar la barca
me dijo el barquero:
Las niñas bonitas
no pagan dinero.

Marisa, sonriendo, no pudo evitar continuar…

Yo no soy bonita
ni lo quiero ser.
Al pasar la barca
yo le degollé...



Por Raúl Doblas Prades, en Alcorcón, a 8 de Mayo de 2011.






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