Bosque...

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martes, 26 de julio de 2011

Una historia de amor

He recuperado de mis viejas cintas esta vieja historia corta, leída en el programa Cuento Contigo, de M80 radio, el 22-2-1998. Si bien no es la más fina ni la mejor, es a la que más cariño le tengo. Podéis escucharla también en mi Podcast de Spotify: Podcast tributo a Cuento Contigo


Una historia de amor - Raúl Doblas Prades

Pedro tenía una auténtica fobia a las avispas. Él siempre decía: ponme delante una docena de leones muertos de hambre o tráeme una manada de tiburones y yo los preferiré antes que a una avispa. Aparte de su pequeña broma con truco, lo cierto es que Pedro no podía soportar la proximidad de este insecto. Tal era su febril obsesión, que en primavera y verano raramente salía de casa, y cuando lo hacía era para dirigirse a recintos cerrados en los que difícilmente pudiera encontrar a sus enemigas. Por supuesto, se trasladaba en coche a cualquier sitio, era impensable verle caminar por el campo y apenas si abría las ventanas unos minutos para ventilar. Debido a tan extrañas circunstancias, daba la casualidad de que yo era su única amiga. Él no lo sabía, pero yo ya estaba enamorada de él, a pesar de lo mucho que nos distanciaba. Y es que, en parte, yo me consideraba culpable de sus desgracias, aunque eso ahora ya no importe. Lo único que importaba entonces para mí era hacerle ver que una vida no podía irse al garete por una obsesión. Pero él me ignoraba, y se refugiaba aún más en su mundo solitario. Jamás se le ocurrió a Pedro, o quizá no quisiera pensarlo, que al amparo de la noche no tenía nada que temer.
Su problema iba más allá de una simple fobia y hasta donde puedo llegar le comprendo, pues su vida siempre fue muy dura, especialmente tras la muerte de su familia. Siendo yo quien mejor le conoce, quizá sea justo que te ponga al tanto acerca de estas “tragedias” y sus consecuencias. 
En primer lugar, fue su madre quien perdió la vida de forma trágica al resbalar en la bañera. Pedro, supersticioso como buen sevillano, no tardó en relacionar ese triste suceso con aquella desagradable pesadilla en la que una gran avispa se introducía en su dormitorio en plena noche para aterrorizarle. Tan solo un par de semanas después, la desgracia vino por parte de su mujer y sus dos hijas, que sufrieron un terrible accidente de tráfico que no admitió supervivientes. La autopsia determinó que una picadura de avispa había sido el detonante de la pérdida de control del coche.
A partir de entonces vino la depresión, el aislamiento, y solo yo me quedé cerca de él. Su profesión de experto informático le facilitaba este tipo de vida. Aunque yo no lo entendía, me alegraba de estar allí, cerca, a pesar de que el jamás diera señal de apercibirse de mi presencia. Sin embargo, a cada día que transcurría, yo me iba sintiendo más y más atraída hacia él, y solo esperaba algo, una señal, que me permitiera expresarle mis sentimientos.
En una cálida tarde de Agosto me llegó la oportunidad. Entré sin hacer ruido, pensando y soñando en como sería nuestra confrontación cara a cara (válgame el término) en la que habría de expresarle mi amor, con ilusión y también con temor. Me acerqué a él, lentamente. Estaba absorto ante la pantalla del ordenador, y casi parecía que no existiera nada más en el mundo aparte de eso. Lejos de sentirme frustrada, decidí hacer un poco de ruido para obligarle a girar la cabeza y mirarme directamente. Así lo hizo, y durante unos segundos, que se hicieron eternos, nos miramos el uno al otro, intentando adivinar lo que circulaba por aquella otra mente. Yo, por mi parte, intenté hacerle comprender lo mucho que le amaba, que mi mayor deseo siempre había sido permanecer junto a él, y que estaba dispuesta a renunciar a todo por él, dispuesta a integrarme en su particular mundo de soledad. Me acerqué un poco más a él.
Su respuesta fue contundente. Con un súbito ardor en sus ojos, Pedro levantó la mano derecha y… me despachurró contra la pared.
Jamás hubiera esperado una reacción así. Mientras una amarillenta y viscosa sustancia surgía de lo que quedaba de mi cuerpo, intenté recordar qué había hecho mal. Lo único que había hecho era luchar por el amor deseado como me enseñaron a hacerlo. El amor no se puede compartir, ese es el dogma que aprendí de pequeña. Su madre absorbía demasiado este sentimiento, pero era asustadiza, y fue fácil hacerla resbalar. Esa noche, además, conseguí estar cerca de mi amado y compartir sus sueños. Entonces comencé a ser feliz. Lo del coche fue algo más arriesgado, pero ese amor era mucho más fuerte y, por lo tanto, más peligroso. Estuve a punto de perder la vida, pero finalmente todo salió bien.
Yo siempre había estado cerca de él, tras una ventana, tras una puerta,… siempre esperando el momento. Y el momento había llegado, y la respuesta había sido dolorosa. Jamás entendería ese arrebato de violencia injustificada, ¿cómo se puede hacer daño a alguien que te ama de todo corazón? Claro que quizá él no lo sabía, quizá me confundía con una avispa cualquiera, esas a las que odiaba tanto. Ahora, cuando todo son recuerdos, he perdonado a Pedro.
Finalmente ha rehecho su vida, ha olvidado su obsesión y se ha integrado en la sociedad. En cuanto a mí, no me puedo quejar, pues he conseguido parte de lo que quería, estar cerca de él. Me puedes encontrar en su casa, en un bonito corcho, junto a las fotos de sus parientes, atravesada por una chincheta. Quizá sí que me quería. A pesar de ser avispa.


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